Olvidada y perpleja; indecible.
Húmeda de llanto, su sepulcro son los recuerdos; deliraba mecida del tiempo.
Asfixiándose; lentamente, buscaba el suicidio cada noche y era así como fallaba cada día.
A veces, quieta, miraba su sangre tartamudear de espanto.
Las sabanas que presenciaron su nacimiento se le habían encarnado tan fuerte y tan profundo, que eran su realidad y su fantasía.
A veces dejaba de ser suspiro y se convertía en una tenue canción: ¡no mas, no mas! decía, no mas... suplicaba: no mas; cuando dejaba de ser, hervía.
Largas lunas, siniestros soles... fantasmas y duendes bailaban a veces a su alrededor, entregándosela unos a otros...; ella que era suspiro, se volvía silbido y exhalación, se volvía humo: era un abismo lleno de inmensidad, fatigado de no terminar nunca.
El suspiro iba y regresaba: se convertía en burbuja que nunca reventaba, que viajaba entre las aguas de un lugar que no conocía, desaparecía entre su cuerpo encogido: y se respiraba con suciedad y sin ganas.
Miraba sus manos que eran ya: veía una flama apagada pariendo su mundo en tinieblas; encendido de pronto por una desesperación que devoraba su garganta, la obligaba a dejar de ser todo para convertirse en un volcán que erosionaba su cielo y su tierra y le consumía las entrañas.
Se apretaba y lloraba, gritaba, mordía sus labios con furia; se negaba la visión y pensaba en los mundos que habría cuando terminara la angustia...; su canción se volvió de pronto huracán que la anclaba al viento nuevamente.
El viento la volvía silencio y en el silencio nacía de nuevo como suspiro; todo lo que la sabia, sabia que estaba condenada a repetirse hasta por fin desaparecer, sin caballeros envueltos en brillante armadura, ni encantadoras princesas tendiéndole una sonrisa; todo sabia, menos ella (sedienta), que nunca entre sus manos descansaría una rosa recién florecida.
Era por siempre un suspiro durmiente para soñar libertad.