Ardo de deseos
por encontrarte,
por estrecharte
entre mis brazos,
de apretarte
fuerte a mi cuerpo,
sentir tu calor,
sentir las olas
que se alzan en tus venas.
Hacerte mía con un suspiro,
con un ligero
roce de tu mano,
con una mirada.
Mis labios te desean
con ganas insaciables,
piden tu piel
como su mapa
para perderse
y descubrirte;
mis manos piden
tu cuerpo para andar:
para caminar sin cansancio
sobre el universo.
Yo te pido,
en esta tarde, en que
el viento azota
sin tregua mi cuerpo.
Pido tus caricias
en mi cabello,
exijo que tus besos
resbalen como
agua en mi boca.
Los minutos son traicioneros:
avanzan a prisa cuando
estoy contigo,
y descanzan largamente
cuando te espero.
Los kilómetros se extienden
y, me hacen saber que estas lejos.
Pero no eres inalcanzable,
mi corazón me dice
que no eres inalcanzable
y, que serán el tiempo
que te acerque,
y el espacio que sobre,
cuando pueda rendirme
a tus palabras,
a tu aire,
a tu calor tierno y sofocante.
Te amo,
lo dicen mis palabras
y lo dice el palpitar de mi pecho:
cuando el corazón
late con fuerza pensando en ti;
y lo dicen:
mi piel erizada
y mis manos temblorosas.
Eres el pilar
de mis pensamientos,
amada mujer,
eres el deseo
que recorre mi cuerpo.
Tus ojos han de ser
la envidia de las águilas,
y tus manos,
más suaves que la seda
y el terciopelo.
Eres el paisaje
que nunca se olvida,
la estrella que nunca descansa,
el rocío que refresca mis mañanas.
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