Cuando la señora tropical iba a morir, su descendencia fue un mar de emociones. Después de todo, nacieron de la espuma, en alguna playa, y como la espuma, resultaron ser efervescentes.
Unas lloraban -snif, snif- hasta convertirse en bastas granizadas.
Otras decidieron inundarse, apelaron al sabor y a las consecuencias etílicas.
Las menos, exactamente dos, en su amargura y soledad se estancaron hasta volverse lodo.
Granizo, inundación o lodazal, regresaban a casa. Es heroico fluir en medio de la hoguera o del desierto, o simplemente fluir en descomposición.
Era tiempo. Debían dejar de efervescer para convertirse en vapor, probar en el delicado momento de su angustia el significado de lo etéreo... y volver a la sal, como espuma.
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