Introducción.
La inquietud que nos mueve para
formular algo que pareciera tan extraño como la trascendencia histórica del hombre,
es la idea de que, a pesar de la muerte, el hombre de alguna manera puede ir
mas allá de su propia vida.
La búsqueda de ciertas
características como son fama, gloria y honor, vistas como virtudes notables
del hombre antiguo, nos ha llevado a una característica más elemental para la
comprensión del ¿Cómo es posible que el hombre pueda trascender a la historia?
Sin embargo, antes de llegar a la
formulación de la posibilidad de nuestro planteamiento original, debemos hacer
un trabajo de rodeo para comprender mejor qué es lo que el hombre trasciende.
Este ensayo decidimos dividirlo
en dos partes. En la primera tratamos la forma en que entendemos el concepto de
trascendencia, las características de “lo humano” y su contraposición, que son
los dioses o lo divino. En la segunda parte, consideramos las dos formas en que
un hombre puede trascender: la primera, al margen del pensamiento platónico y
su concepción sobre la muerte y lo que hay en ella; en la segunda tratamos de
lleno la forma en la que consideramos que existe una trascendencia histórica propiamente
del hombre.
I.- Trascendencia.
Antes de abordar el tema,
queremos desprendernos de toda interpretación del concepto de trascendencia que
pertenezca a la metafísica como propia de esa área de estudio, pues para los
fines de este ensayo, no nos es útil ese tipo de interpretaciones. Si queremos
rescatar lo que existe de este concepto para la disciplina histórica, hemos
decido revisar cómo es que se entendía el concepto de trascendencia mucho antes
de Aristóteles. Entendemos pues, por
metafísica y ontología, el estudio del ser de todas las cosas y de más allá del
mundo sensible; si bien es cierto que se podría hacer un análisis metafísico
del mundo antiguo, debemos decir que antes del ser eran los dioses y después de
estos, lo divino.
Trascender viene del latín
trascendere: pasar a la otra parte,
atravesar subiendo. Trascender no tiene un equivalente griego como tal, las dos
palabras que más se aproximan a su significado son
υπερβαίνουν que significa exceder, y
υπερβούμε que significa superar.
Son constantes en la mitología
griega (pero no exclusivas de ella), los relatos de la vida y la genealogía de
los dioses, el relato de seres divinos y luchas entre héroes y peleas épicas.
Relatos que forman un entramado de disimilitudes que contrastan con las
características humanas: costumbres, acciones, pensamientos.
¿Cómo el hombre, consciente de su
propia finitud, podría trascender la muerte y la temporalidad de su existencia?
¿Cómo podría ir más allá de su presente, excederlo, superarlo?
Es cierto, el hombre no puede
vencer su propia finitud ni puede trascender su presente, y al final su vida,
por lo menos no como la mitología muestra a los dioses o a los héroes, y por
supuesto no físicamente; pero puede ser recordado, puede superar su
temporalidad si es que logra “pasar a la historia”, ser recordado por los
hombres siguientes a él por alguna hazaña o proeza que sea digna de mención. Si
podemos afirmar que hay una trascendencia histórica del hombre, debe superar
las barreras de su existencia.
Antes de seguir con el ¿cómo es
posible?, creo que debemos definir tres características principales que separan
al hombre antiguo de sus dioses y exponer como era su comunión con ellos.
1.- Lo humano
La primera y más notable
característica de un humano es el ser mortal, es el saber que algún día,
“cuando el hado disponga” deberá morir.
Por otro lado, debemos considerar
que en comparación con los dioses, para los hombres hay un tiempo, los hombres
están sujetos a ese devenir de su propia vida, un devenir que puede medirse: al
final, el hombre deviene en envejecimiento y lógicamente en muerte. Al inicio
de la Teogonía, Hesíodo nos ejemplifica esto de manera sublime: “¡Ea, tú!
comencemos por las Musas que a Zeus padre con himnos alegran su inmenso corazón
dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el pasado y el futuro.”
Sobre estas dos características,
Heráclito, a pesar de ser oscuridad nos deja vislumbrar un poco. Él plantea una
especie de dualidad (no una dualidad como contraposición, sino como dos
opuestos que están unidos de manera inseparable) entre la vida y la muerte,
ejemplo de esto es el fragmento 34 donde sitúa éstas dos características de la
existencia, en un círculo, donde es precisamente indiferente el dónde empiezan
y dónde terminan los límites de la existencia. En el fragmento 48, esta
dualidad, si se entiende en el sentido en que pretendemos que se entienda, se
manifiesta, ya no como contradicción, sino como unidad que se presenta en todo
momento: “Un hombre en la noche prende
para sí una luz, apagada su vista, y, vivo como está, entra en contacto con el
muerto al dormir. Despierto, entra en contacto con el durmiente.”
Además, encontramos dos
fragmentos que, aparte de soportar las características de finitud y
temporalidad, nos dejaran avanzar más adelante en nuestra tesis:
97. A muertes más grandes, más
destinos tocan.
99. Una vez nacidos, quieren vivir
y alcanzar su destino, pero más bien descansar, así que dejan hijos tras de sí
para que alcancen su destino.
La tercera característica del
hombre es la falta de veracidad. Cuando la diosa le habla a Parménides de los
dos senderos, deja bastante clara esta deficiencia: “Por tanto serán nombres
todo cuanto los mortales convinieron, creídos de que se trataba de verdades:
llegar a ser y perecer, ser y no ser, cambiar de lugar y variar de color
resplandeciente.”
Hasta aquí, podemos enmarcar tres
diferentes situaciones en las que un hombre podría intentar trascender: podría
trascender su finitud; podría trascender su temporalidad; y por último, podría
trascender lo que la diosa denomino: las opiniones.
A lo que nosotros respecta,
trataremos las dos primeras características: finitud y temporalidad, incluso si quisiéramos prescindir de una, nos
es imposible pues se complementan.
2.- La experiencia religiosa
Ya hemos visto las
características propias del hombre que conforman las diferencias esenciales
respecto a los dioses. Lo que es necesario ahora, es buscar el punto en que
ambos mundos o realidades, como se prefiera, confluían y cómo era esa fusión.
Para esto, tenemos que remitirnos
a la mitología, piedra angular de la religión y festividades griegas. Debemos
entenderla no cómo un relato que narraba sobre dioses y héroes lejanos y
ajenos, sino como un algo vivo y móvil, un relato que se encarnaba en la
expresión, en el pensamiento y en la vida cotidiana, no de uno o algunos
individuos, sino que tomaba vida en la consciencia colectiva.
Si podemos penetrar la
profundidad de la simple expresión: “configuración de la consciencia
colectiva”, podremos imaginar cómo era esta comunión entre dioses y hombres
durante los juegos o fiestas religiosas. Estas festividades ponían de
manifiesto esa verdad superior que suponía el orden del mundo y en donde, tanto
los hombres como los dioses, se acercaban.
El orden antes mencionado, surgía
cuando ambas realidades (la de hombres y la de dioses) se correspondían de
forma coherente. Hemos de destacar aquí, que la unión de los dioses con los
hombres siempre fue trascendente, pues los dioses podían abarcar la totalidad
de la existencia de los hombres, nunca al revés.
En este tipo de festividades,
había como trasfondo un sentimiento de seriedad, no de alegría; los hombres,
durante la celebración de la fiesta, comprendían su finitud y temporalidad porque vivían la comunión con los dioses
inmortales e infinitos como algo vivo, en vivo. Nos dice Kerenyi, que la fiesta
misma es el tiempo en que se captaba evidencia de forma inmediata, en que
existía una acción fresca donde la evidencia se continuaba y se expresaba sin
palabras, únicamente con la exclusividad de un acto emocional.
Ahí el hombre se encontraba con la frescura y la originalidad del momento
creador.
En esa experiencia extática de
comunión divina, el hombre se encontraba tan conectado con sus dioses, que poco
le importaba su finitud; las cosas hechas durante las fiestas, eran
incompresibles si se presenciaban en la vida cotidiana. Pero es precisamente en
la vida cotidiana, sin esa conexión particular con las divinidades, que el
hombre tiene que lidiar con su propia existencia.
II.- ¿En qué sentido la trascendencia puede empatar con lo histórico?
Si afirmamos que el hombre puede
trascender, según nuestros supuestos anteriores, solo hay dos formas en que
puede hacerlo: la primera, es asemejando su naturaleza a la de los dioses. Es
decir, debe haber algo en la existencia del hombre que sea inmortal y
atemporal. Al respecto, Sócrates y Platón, con reflexiones más maduras que sus
predecesores, nos hablan sobre este tema: nos hablan de la muerte, del temor a
ésta y de lo que es posible que esté más allá de la vida.
La segunda opción es que, a pesar
de la inminente finitud, quede para la posteridad algo del mismo hombre: una
acción, una costumbre, alguna idea, etc., alguna cosa que por sí misma exceda y
supere su tiempo, o sea, que trascienda su barrera temporal.
1.- Trascendencia del alma.
Habíamos mencionado algunos
fragmentos de Heráclito que ahora nos resultan útiles. Los fragmentos 48: “Un hombre
en la noche prende para sí una luz,
apagada su vista, y, vivo como está, entra en contacto con el muerto al dormir.
Despierto, entra en contacto con el durmiente.” Y 74: “A los hombres, tras la
muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan.”
¿Deberíamos entender la muerte
como la promesa de otra realidad? o ¿deberíamos entenderla como un sueño?
Sócrates, una vez que ha sido
condenado a muerte, plantea éstas dos opciones como una posibilidad: no sabemos
que hay más allá de esta vida, no sabemos si es en realidad el peor de los
males para el hombre o si es el mayor bien para el hombre.
Por un lado, la muerte puede ser
como dormir sin soñar y, de ser así, la muerte en cuestiones de tiempo duraría
solo una noche. Por otro lado, puede ser que sea una transformación del alma y
su transportación a otro lugar, a una realidad diferente donde (en el muy
particular caso de Sócrates) pueda seguir indagando a lado de hombres tan
notables como Homero, Hesíodo, Orfeo, etc.
De cualquier forma, nos dice “Pero
es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se
dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios.”
Esta línea reflexiva la sigue
Platón en el Fedón y en el Fedro, descartando la opción primera del dormir sin
soñar. En el Fedón, encontramos explícitamente la postulación del alma del
hombre como subsistente por sí misma, que con la muerte, se libera del cuerpo
que la mantiene prisionera y que solo después de esta liberación, puede contemplar
la verdadera realidad de todas las cosas.
Es la muerte del cuerpo y no la
del alma: es la finitud del cuerpo la que ata el alma a esta tierra en la que
todas las cosas perecen. El alma así, se presenta ya como atemporal y también
como inmortal.
La existencia del alma, podemos
rastrearla como una serie de reencarnaciones: vive y muere, y de la muerte
vuelve a vivir.
Platón nos habla de una serie de reencarnaciones que se suceden de forma
infinita. Así pues, si estamos interpretando de forma adecuada, si el alma no
perece y no tiene un tiempo límite en su existencia, es notorio que ésta es
precisamente la característica que se empata con lo divino.
En el Fedro explicita mejor la
característica que buscamos, nos confirma este aspecto divino que puede trascender
la vida y la muerte como hemos considerado, pues para que el alma pueda ser
motor del cuerpo, debe ser ingénita e inmortal.
Además, nos dice que las almas siguen al dios al que más se parecen y sólo
pueden tomar forma humana las que hayan visto la verdad.
2.- Trascendencia histórica del hombre.
Mi madre, Tetis, la diosa de
argénteos pies, asegura que a mi
dobles Parcas me van llevando al
término que es la muerte:
si sigo aquí luchando en torno de
la ciudad de los troyanos,
se acabó para mí el regreso, pero
tendré gloria inconsumible;
en cambio, si llego a mi casa, a
mi tierra, a mi patria,
se acabó para mí la noble gloria,
pero mi vida será duradera
y no la alcanzaría nada pronto el
término que es la muerte.
¿Qué es lo
que deja tras de sí el hombre cuando llega el término de su vida? Incluso ahora
es bastante común escuchar por respuesta: “un legado”, cualquiera que sea la cosa
concreta a la que se refiere.
Es común
encontrarnos con la narración de grandes obras realizadas por hombres ilustres,
no solo en el mito griego, sino como parte del origen mítico de todas las
culturas.
Sin embargo,
hay algo aún más elemental para el hombre que las grandes acciones de hombres
específicos. Eso que resulta ser aún más elemental es la acción, el hacer. La
acción como el medio para trascender las barreras temporales específicas y la
finitud inevitable.
Como una
aclaración pertinente llegados a este punto, es, que nuestra intención no es
revivir en las siguientes líneas la discusión idealista/materialista de la
historia.
Así pues,
nosotros no entendemos a la acción como el simple hacer. La acción del hombre,
realizada enteramente por su voluntad, o incluso si para el hombre antiguo su
acción era influida por los dioses, nos revela una singular concepción del
mundo.
Si concebimos
de esta manera los actos de uno o varios hombres, podemos hacer una narración
ordenada del o los hombres que, solo por medio del hacer, fundamentaron y
justificaron su visión y estructura del mundo.
La acción
concebida como estructura, trasciende la finitud y la temporalidad. Sin
embargo, esta forma de superación, no es ni debe ser concebida como una
trascendencia estática y absoluta, debe ser concebida como una transformación
constante. Si una acción puede transformarse, es que puede trascender, en eso
radica su posibilidad.
Respecto de
esto, poco importa el fin inmediato de la acción. El fin inmediato de la acción
de Aquiles fue vengar la muerte de Patroclo, pero su acción tuvo como un fin
trascendente la gloria inacabable, cosa que sólo podía ser revelada por su
divina madre.
¿Cómo, el
hombre, consciente de su propia finitud, podría trascender la muerte y la
temporalidad de su existencia? ¿Cómo podría ir más allá de su presente,
excederlo, superarlo?
Hemos dicho a
lo largo de este ensayo que el hombre debe lidiar con su existencia finita y
temporal. Y hemos postulado a la acción como su medio para trascender de forma
activa, es decir, como una acción que puede y debe transformarse, sin embargo,
estamos conscientes de que eso no explica porque sólo el hacer de algunos
hombres, como Aquiles por ejemplo, es recordado como un algo significativo. Si
se trata de hacer y todos hacen ¿cómo podría ser posible?
Si lo que se
busca en el hacer es fundamentar y justificar la visión del mundo de un hombre,
y, suponiendo que su necesidad para formar comunidades sea a favor de su natural
preservación, podríamos derivar una necesidad superior surgida de la primera
necesidad básica. Es decir, una vez que puede fiar y satisfacer sus necesidades
primordiales en comunidad, es que su visión del
mundo toma un sentido activo y colectivo. A partir de esto ya no se
trata de la acción por el simple hacer, sino que se trata de la acción con
fines manifestados de forma consciente.
La repetición
constante de la acción como una autoafirmación de la construcción del mundo, va
transformando a la acción en costumbre
(o costumbres) que se enraízan hondo, y se hacen más complejas en la medida en
que trasciende la existencia (finitud y temporalidad) en que fue concebida.
La
continuación de ciertas acciones convertidas en costumbres que se transforman,
conforme llegan y se extinguen generaciones, ha sido la preservación del hombre
por medio de su hacer a través del tiempo.
Dado este
entretejido de acciones y costumbres que, al hacerse más concretas y maduras,
hace de la interpretación de la realidad misma una estructura por demás
compleja, proponemos el hacer individual de algunos hombres como la encarnación
de las características de la construcción colectiva.
Lo anterior
no hace necesario que, el que estos hombres notables tengan ciertas
características que sublimen tanto su imagen como su hacer por encima de la
comunidad entera, o que se erijan como representantes significativos de algún
periodo temporal específico, sean mejores o que estén pre-destinados para ese
rol.
Al fragmento
97: “A muertes más grandes, más grandes destinos tocan”,
lo podemos entender ya no únicamente como la muerte de algunos hombres, sino
también de construcciones hechas por cierta comunidad, que se encarnaron en un
sujeto especifico y que, al morir éste físicamente, ese constructo pudo
trascender y seguir transformándose bajo su imagen.
Si podemos
hablar de trascendencia histórica del hombre, es posible que la forma en que la
hemos expuesto sea una posibilidad para su realización.
El hombre superando
su vida y su tiempo, dejando una construcción del mundo como recuerdo suyo para
las generaciones posteriores: trascendiendo su propia finitud sin evitarla, y
superando su temporalidad sin ser divino.
Conclusiones
Como se pudo
notar a lo largo del ensayo, nos ha sido casi imposible la demarcación del tema
respecto de otros asuntos y disciplinas.
No ha sido
nuestra intención caer en cuestiones metafísicas o meramente teológicas, pero nos
fue preciso rodear el tema de esa forma para saber si la trascendencia
histórica del hombre era posible, y de qué forma.
Las
consideraciones religiosas podríamos sustituirlas por consideraciones morales,
o por consideraciones de cualquier tipo. De cualquier modo, si no son los
dioses, si no son las acciones enmarcadas por un esquema de valores morales,
siempre hay algo que se contrapone a nuestra vida y naturaleza puramente humanas.
Ese algo
superior en que nosotros depositamos cierta dosis de esperanza, determina de
alguna forma nuestra manera de interpretar, experimentar y construir el mundo,
ejemplo de eso son los mitos como una constante en la mayoría de las
civilizaciones, en nuestro particular caso, del mito y el hombre griegos.
Así pues,
concluimos este ensayo dejando su éxito o fracaso a consideración del lector.
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