Introducción
El tema de la presente disertación
responde a un interés particular por el motivo que induce el actuar mexicano.
Si el hombre mexicano[1] es
un producto socio-histórico, un producto cultural, es pertinente considerar
ambas vertientes, no solo para la dilucidación de las mismas, sino para lograr
una mayor comprensión de nuestro problema central.
Así pues, la primera parte de nuestro
ensayo será la breve revisión del devenir socio-histórico del hombre mexicano,
toda vez que haremos hincapié en el momento en que se puede hablar ya de
cultura propiamente mexicana.
Nuestra segunda sección, será una breve
exposición de la propuesta de Samuel Ramos sobre el carácter del mexicano,
afectado por un complejo de inferioridad que se refleja en el comportamiento de
los hombres individuales.
Nuestra tercera y última sección, será la
comparación de lo que entendemos por sincretismo, y el complejo de inferioridad
expuesto en la sección dos, para determinar, sobretodo, cuál de los do influjos
pesa más en la vida del hombre mexicano.
I.
El devenir cultural del hombre colonizado.
1.- Culturas pre-hispánicas.
Antes del “descubrimiento” del, ahora,
continente americano, había civilizaciones, relativamente jóvenes, si se
comparan con el desarrollo de la civilización occidental.
Pretender ignorar a los pueblos
originarios americanos, o aminorar su existencia, es un vicio que no ha podido
superar la narración histórica universal, cuya visión del acontecer humano,
limita bastante la comprensión del mismo acontecer.
Sin embargo, el problema remonta sus
proporciones originales si, además de ignorar o aminorar, se niega la posibilidad
de que dichas civilizaciones hayan poseído un pensamiento, una cosmovisión, una
historia propias. Si entendemos de esta forma a los pueblos pre-hispánicos, no
podemos más que tildarlos de salvajes y rendir alguna especie de pleitesía a
los conquistadores por no haber sido solo eso, sino por ser, además, salvadores
e instauradores de civilización.
Pero, en este tiempo presente, no nos
atreveríamos, ni acertaríamos, a negar que las culturas pre-hispánicas
atesoraban un pensamiento, que tenían su propia historia y su propio tiempo,
que atesoraban, además, un orden social determinado y, así mismo, una forma de
ser ordenada que respondía innegablemente
a su realidad.
Hay que considerar que, así como no
podríamos negarlo, tampoco nos sentimos parte de esa realidad, de hecho, para
el colectivo mexicano resulta ser tan ajena y tan inaprehensible, que se ha
dejado rodear de cierto misticismo, y si se quiere, se concibe como un suceso
inactual, aunque, y aterrizando aun mas, la mujer que vende productos varios en
la entrada a esta facultad sea, posiblemente, de origen indígena.
2.- Quiebre
pre-hispánico, arribo occidental
El derrumbe del imperio mexica a mano de
los españoles, solo sería el primer paso para una conquista que pretendía, no
solo apoderarse del terreno y su riqueza, sino cultivar la cultura occidental
en el espíritu de los indios.
Es en este punto en que podemos hablar de
un hombre colonizado. La conquista no solo física, sino también espiritual,
reordena la realidad, la visión y la relación que de ella se tenía. Torna
irreal la ordenación del Cosmos existente, y vuelve pecadora la forma de vida
que se asemejaba a esa visión.
Si la piedra angular de las culturas
pre-hispánicas era la religión, es obvio por lo sugerido líneas antes, que la
misma será determinante para la doblegación del espíritu indígena.
Del politeísmo, y se súbito, se pretende
pasar al monoteísmo cristiano. La nueva religión engloba el proyecto
civilizatorio occidental que se instaura con tanto éxito, que sigue vigente a
la fecha.
Sin embargo, no debe verse ni a la antigua
ni a la nueva visión como estáticas, ambas posturas, polos contrarios, se
enfrentan: la primera no se retira sin pelear, la segunda no se instaura sin
responder al ataque. Ninguna resulta ilesa, menos la nueva que desconocía los
problemas de este nuevo mundo y que debe transformarse para responder a ellos.
Desde este punto, la idea occidental que
se tenía del hombre debía cambiar, y para esto, debía desplegarse todo el andamiaje
conceptual que se poseía hasta ese momento.
Resultado de largas disputas, resulta ser
el reconocimiento del indio como ser racional, pero que por ser menos
desarrollado que el español, debía subordinarse a éste[2].
Lo anterior por un lado, y por otro,
resulta en la necesidad de poblar las tierras nuevas como parte del mismo
proyecto, y da como resultado una nueva raza mestiza, ni propiamente indígena,
ni menos que más, española.
Esta nueva re-constitución de la realidad
tarda tres siglos en asentarse y echar raíces, siglos donde florece, sobretodo,
la literatura y donde, el establecimiento de una rutina, aparentaba una marcha
lenta del crecimiento social.
El trabajo, para la mayoría de las castas,
era con tendencia a la esclavitud y no permitía “un ambiente vital propio para
que se fortificara el carácter mexicano”[3].
3.- Independencia e
inicio de la cultura mexicana
Durante tres siglos de dominio español,
los altos puestos clericales, militares y burocráticos, se habían reservado
para los peninsulares, y por supuesto, los puestos de menor rango pertenecen a
los criollos de clase media baja.
Esta monopolización europea engendró el
descontento de la clase media ilustrada, que veía sus propias aspiraciones
frustradas por el orden colonial imperante.
Pero, aunado al descontento, el hecho de
que la ilustración proliferara en ellos como sus únicos poseedores, dio como
resultado el que esta inteligencia criolla estuviera preparada culturalmente
para el cambio.
Ideas como igualdad, libertad, soberanía y
nación, se esparcen como la mejor esperanza de desprenderse del yugo español, y
lo que al inicio se concibe como intentos de reforma, el alzamiento popular
encabezado por Miguel Hidalgo, deriva a la acción revolucionaria, compuesta
principalmente por campesinos, mineros, etc.
Ambas aspiraciones son dos líneas que
convergen en un determinado momento, nos permiten ver las primeras chispas de
la cultura mexicana naciente.
La consumación de la independencia es la
concreción de un ideal y al mismo tiempo, la presentación de las dificultades
que ser una nueva nación imponía.
Entre estas dificultades se encuentran: el
atraso en que el dominio español había sumido a la sociedad, en comparación del
mundo occidental que estaba mucho más avanzado, sumergido en la modernidad que
en ese entonces, creaba nuevo conocimiento, nuevas formas de producción, etc.
II.
Sentimiento de inferioridad
Nos dice Ramos que la teoría de Adler
sobre el complejo de inferioridad, supone en los individuos “una exagerada
preocupación por afirmar su personalidad; que se interesan únicamente por todas
las cosas o situaciones que significan poder, y que tienen afán inmoderado de
predominar, de ser en todo los primeros”. Además, afirma Adler que, “el
sentimiento de inferioridad aparece en el niño al darse cuenta de lo
insignificante de su fuerza en comparación con la de sus padres”[4].
Si comparamos a México en su nacimiento
-1812- y durante su niñez (alrededor de 57 años -1867- con la instauración del
positivismo como una vía accesible al progreso), respecto de la “Madre Patria”,
o respecto a cualquiera de las potencias europeas, toma sentido la fusión del
complejo de inferioridad, tal cual lo predica Adler, en el espíritu mexicano.
El hombre, nacido de este espíritu, no
puede esperar una mejor situación más que la de repetir el mismo patrón. Y nada
más lejano de la realidad, que aparezcan las características descritas
encarnadas en el hombre mexicano.
La mención anterior del positivismo
instaurado no ha sido casualidad, se toma en consideración porque se piensa en
él como un modelo de estabilización, educación y progreso sociales, o si se
quiere, anterior a él, existe la pretendida instauración de un imperio,
propuesto por el segmento conservador mexicano que pensaba poner a la cabeza
del mismo a Maximiliano de Habsburgo. O, si se quiere después del positivismo,
el afrancesamiento del que Porfirio Díaz hacía gala.
Ramos penetra aún más en las
características propias de este complejo, así, él nos dice que entre ellas se
cuenta la exaltación sobremanera, la personalidad individual o colectiva y se
halaga la vanidad patriótica y se oculta la miseria real[5].
Contrasta además, la realidad con lo que
se pretendía después de la independencia. Por un lado, una raza heterogénea
dividida geográficamente por la extensión del territorio, “una masa de
población miserable e inculta, pasiva e indiferente como el indio, acostumbrado
a la mala vida; una minoría dinámica y educada, pero de un individualismo
exagerado por el sentimiento de inferioridad, rebelde a todo orden y
disciplina”[6],
además de los problemas más urgentes en el ámbito económico y el de la
educación.
Y por otro lado, lo que se pretendía que
era “implantar en el país un sistema político con todas las perfecciones
modernas”[7],
además de la excesiva ambición de las minorías dirigentes.
Estos años en que aparece el complejo de
inferioridad, según lo propone Ramos, es el que consideraremos como el inicio,
inacabado aun, de ese fantasma que persigue el espíritu mexicano hasta el día
de hoy.
III.
El hombre mexicano
El hombre mexicano, participe del espíritu
nacional independiente, es un hombre sincrético por ser resultado de la mezcla
de distintas razas, por acuñar costumbres, hábitos, tradiciones que no se
conservan del todo originales, pero que tampoco se cambiaron por nuevas.
Transformación es la palabra adecuada, el
hombre mexicano es el resultado de la transformación entre dos culturas
diferentes.
Pero ¿se ha transformado del todo?
¿podemos hablar más de una combinación, o más de una mezcla? No importa que tan
lejana y ajena consideremos la cultura pre-hispánica, o que tan indeseable se
guarde en nuestra memoria histórica el periodo de colonización española, en la
lucha en que se enfrentaron y en la que se mezclaron, no podemos considerar a
ninguna ganadora.
El sincretismo que ostenta como rasgo
característico nuestra cultura, es una ambivalencia que a veces se inclina a
una, y en otras ocasiones a la otra. Viendo el problema de esta forma, ¿podemos
juzgar que el mexicano sufre de un complejo de inferioridad, o que la
ambivalencia a la que corresponde nuestra cultura se abre a la posibilidad de
subsumir lo que considera mejor de otras culturas distintas?
Quizá sea necesario dejar a un lado la
especulación, y dejar que lo real hable por sí mismo.
Asunto en boga es el futbol. Dicen que hay
tres cosas de las que no se debe discutir si se quiere evitar un desazón:
futbol, política y religión.
Sobre el primero, atendiendo a que en
fechas recientes se llevó a cabo el torneo mundial de este deporte, y en el
cual participo la Selección Mexicana, tenemos suficiente material para
dilucidar un poco nuestro problema.
La mayor parte de la sociedad está
sumergida en la ignorancia de las condiciones reales de su existencia, gracias
a la mucha ayuda que presta la programación televisiva, y gracias también a la
poca y muchas veces, manipulada información que ofrecen las cadenas
televisivas, además de las miserables condiciones económicas que procuran la
supervivencia en la mayoría de los casos y una deficiente educación pública,
siendo así, a grandes rasgos, cualquier forma de enajenación es bien recibida.
El futbol como deporte no debería tener
ningún significado especial, más allá que cualquier otro, pero la seductora
idea de realizar un torneo donde se enfrenten un grupo selecto de países, no
puede ser despreciada, mucho menos descartada como entretenimiento de una
sociedad como la nuestra, descrita (a grandes rasgos) en el párrafo anterior.
Había tres posiciones distintas, la
primera de ellas, completamente indiferente o critica de la atención excesiva
que se le prestaba. La segunda, entusiasmada por la participación de “México”,
pero que al mismo tiempo, apostaba por otras naciones como España, Alemania,
Brasil y Argentina, pues eran potenciales ganadores del certamen. La tercera,
apoyando a cualquier equipo que se enfrentara a la selección, pero con el ánimo
encendido por una esperanza lejana del triunfo de la misma.
¿Qué es lo que deberíamos ver aquí,
ambivalencia como consecuencia del sincretismo, o sentimiento de inferioridad
por considerar a los otros equipos superiores?
Si lo interpretamos de la primera forma,
no representa ningún problema el hecho de considerar a los demás contendientes
como mejores en el desempeño físico, al contrario, son la aspiración a la que
tiende el perfeccionamiento del equipo representante nacional.
Si lo vemos de la segunda forma, se ve
como una empresa enorme el poder enfrentarse a otras naciones, por creerlas
mejores en el desempeño y en la mentalidad, y más que un ejemplo que debería
seguirse, la aspiración al triunfo solo desataría un júbilo momentáneo sin que
se plantee la subsanación de las debilidades grupales.
En este ejemplo, y no solo en este,
descuella por mucho, la prevalencia de la segunda forma, a saber, la del
sentimiento de inferioridad. Quizás un ejemplo no sea suficiente, pero es por
mucho uno de los que mejor resalta el carácter del hombre mexicano actualmente.
Conclusiones
Llegados a este punto,
no tenemos más que rendirnos a la solución de nuestro problema, que el hombre
mexicano, en su carácter de colonizado guarda mucho las características del
complejo de inferioridad, tal y como lo propone Ramos.
Sin embargo, no se debe
descartar la posibilidad de que su padecer, más que esto, sea una aspiración
natural que corresponde al estado de sincretismo en que está envuelta la
cultura mexicana, la posibilidad de una ambivalencia cultural que tienda a
subsumir características superiores de otra cultura, sin que se vea afectada la
psique colectiva.
Quizás es como dicen
Ramos y Vasconcelos, el primero, que nuestra nación, nuestra historia, están en
una etapa juvenil que se deja seducir fácilmente, y el segundo, que la mezcla
de las razas muy distintas, como la indígena y la española, tienden en su
desarrollo a ir despacio, pero que una vez alcanzado éste, ofrece un gran
esplendor.
Bibliografía
o
GALLEGOS ROCAFULL, José M., La filosofía en México en los siglos XVI y
XVII, en Estudios de historia de la
filosofía en México, México, UNAM, edición 1963, 318 pp.
o
VILLORO, Luis, Las corrientes
ideológicas en la época de independencia, en Estudios de historia de la filosofía en México, México, comp.
GALLEGOS ROCAFULL, José M. México, UNAM, edición
1963, 318 pp.
o
RAMOS, Samuel, Obras completas I, México, UNAM, 2da edición 1990
[1] No
se tome por ingenua nuestra idea, al decir “hombre mexicano” estamos
representando a la sociedad misma, no a un hombre omnipresente, omnisciente,
omnipotente (tonta la simple idea de pretender que exista) y, de esta forma,
excluyendo a los demás. El “hombre mexicano” debe verse como una abstracción.
[2] Cf. GALLEGOS ROCAFULL, José M., La filosofía en México en los siglos XVI y
XVII, pp. 117
[3] Vid. RAMOS, Samuel, El perfil del hombre
y la cultura en México, pp. 107
[7] Id. pp. 118
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