miércoles, 17 de agosto de 2016

El mexicano como hombre colonizado: sincretismo y sentimiento de inferioridad.

Introducción
     El tema de la presente disertación responde a un interés particular por el motivo que induce el actuar mexicano.
     Si el hombre mexicano[1] es un producto socio-histórico, un producto cultural, es pertinente considerar ambas vertientes, no solo para la dilucidación de las mismas, sino para lograr una mayor comprensión de nuestro problema central.
     Así pues, la primera parte de nuestro ensayo será la breve revisión del devenir socio-histórico del hombre mexicano, toda vez que haremos hincapié en el momento en que se puede hablar ya de cultura propiamente mexicana.
     Nuestra segunda sección, será una breve exposición de la propuesta de Samuel Ramos sobre el carácter del mexicano, afectado por un complejo de inferioridad que se refleja en el comportamiento de los hombres individuales.
     Nuestra tercera y última sección, será la comparación de lo que entendemos por sincretismo, y el complejo de inferioridad expuesto en la sección dos, para determinar, sobretodo, cuál de los do influjos pesa más en la vida del hombre mexicano.

I. El devenir cultural del hombre colonizado.
1.- Culturas pre-hispánicas.
     Antes del “descubrimiento” del, ahora, continente americano, había civilizaciones, relativamente jóvenes, si se comparan con el desarrollo de la civilización occidental.
     Pretender ignorar a los pueblos originarios americanos, o aminorar su existencia, es un vicio que no ha podido superar la narración histórica universal, cuya visión del acontecer humano, limita bastante la comprensión del mismo acontecer.
     Sin embargo, el problema remonta sus proporciones originales si, además de ignorar o aminorar, se niega la posibilidad de que dichas civilizaciones hayan poseído un pensamiento, una cosmovisión, una historia propias. Si entendemos de esta forma a los pueblos pre-hispánicos, no podemos más que tildarlos de salvajes y rendir alguna especie de pleitesía a los conquistadores por no haber sido solo eso, sino por ser, además, salvadores e instauradores de civilización.
     Pero, en este tiempo presente, no nos atreveríamos, ni acertaríamos, a negar que las culturas pre-hispánicas atesoraban un pensamiento, que tenían su propia historia y su propio tiempo, que atesoraban, además, un orden social determinado y, así mismo, una forma de ser ordenada que respondía innegablemente  a su realidad.
     Hay que considerar que, así como no podríamos negarlo, tampoco nos sentimos parte de esa realidad, de hecho, para el colectivo mexicano resulta ser tan ajena y tan inaprehensible, que se ha dejado rodear de cierto misticismo, y si se quiere, se concibe como un suceso inactual, aunque, y aterrizando aun mas, la mujer que vende productos varios en la entrada a esta facultad sea, posiblemente, de origen indígena.

2.- Quiebre pre-hispánico, arribo occidental
     El derrumbe del imperio mexica a mano de los españoles, solo sería el primer paso para una conquista que pretendía, no solo apoderarse del terreno y su riqueza, sino cultivar la cultura occidental en el espíritu de los indios.
     Es en este punto en que podemos hablar de un hombre colonizado. La conquista no solo física, sino también espiritual, reordena la realidad, la visión y la relación que de ella se tenía. Torna irreal la ordenación del Cosmos existente, y vuelve pecadora la forma de vida que se asemejaba a esa visión.
     Si la piedra angular de las culturas pre-hispánicas era la religión, es obvio por lo sugerido líneas antes, que la misma será determinante para la doblegación del espíritu indígena.
     Del politeísmo, y se súbito, se pretende pasar al monoteísmo cristiano. La nueva religión engloba el proyecto civilizatorio occidental que se instaura con tanto éxito, que sigue vigente a la fecha.
     Sin embargo, no debe verse ni a la antigua ni a la nueva visión como estáticas, ambas posturas, polos contrarios, se enfrentan: la primera no se retira sin pelear, la segunda no se instaura sin responder al ataque. Ninguna resulta ilesa, menos la nueva que desconocía los problemas de este nuevo mundo y que debe transformarse para responder a ellos.
     Desde este punto, la idea occidental que se tenía del hombre debía cambiar, y para esto, debía desplegarse todo el andamiaje conceptual que se poseía hasta ese momento.
    Resultado de largas disputas, resulta ser el reconocimiento del indio como ser racional, pero que por ser menos desarrollado que el español, debía subordinarse a éste[2].
     Lo anterior por un lado, y por otro, resulta en la necesidad de poblar las tierras nuevas como parte del mismo proyecto, y da como resultado una nueva raza mestiza, ni propiamente indígena, ni menos que más, española.
     Esta nueva re-constitución de la realidad tarda tres siglos en asentarse y echar raíces, siglos donde florece, sobretodo, la literatura y donde, el establecimiento de una rutina, aparentaba una marcha lenta del crecimiento social.
     El trabajo, para la mayoría de las castas, era con tendencia a la esclavitud y no permitía “un ambiente vital propio para que se fortificara el carácter mexicano”[3].

3.- Independencia e inicio de la cultura mexicana
     Durante tres siglos de dominio español, los altos puestos clericales, militares y burocráticos, se habían reservado para los peninsulares, y por supuesto, los puestos de menor rango pertenecen a los criollos de clase media baja.
     Esta monopolización europea engendró el descontento de la clase media ilustrada, que veía sus propias aspiraciones frustradas por el orden colonial imperante.
     Pero, aunado al descontento, el hecho de que la ilustración proliferara en ellos como sus únicos poseedores, dio como resultado el que esta inteligencia criolla estuviera preparada culturalmente para el cambio.
     Ideas como igualdad, libertad, soberanía y nación, se esparcen como la mejor esperanza de desprenderse del yugo español, y lo que al inicio se concibe como intentos de reforma, el alzamiento popular encabezado por Miguel Hidalgo, deriva a la acción revolucionaria, compuesta principalmente por campesinos, mineros, etc.
     Ambas aspiraciones son dos líneas que convergen en un determinado momento, nos permiten ver las primeras chispas de la cultura mexicana naciente.
     La consumación de la independencia es la concreción de un ideal y al mismo tiempo, la presentación de las dificultades que ser una nueva nación imponía.
     Entre estas dificultades se encuentran: el atraso en que el dominio español había sumido a la sociedad, en comparación del mundo occidental que estaba mucho más avanzado, sumergido en la modernidad que en ese entonces, creaba nuevo conocimiento, nuevas formas de producción, etc.

II. Sentimiento de inferioridad
     Nos dice Ramos que la teoría de Adler sobre el complejo de inferioridad, supone en los individuos “una exagerada preocupación por afirmar su personalidad; que se interesan únicamente por todas las cosas o situaciones que significan poder, y que tienen afán inmoderado de predominar, de ser en todo los primeros”. Además, afirma Adler que, “el sentimiento de inferioridad aparece en el niño al darse cuenta de lo insignificante de su fuerza en comparación con la de sus padres”[4].
     Si comparamos a México en su nacimiento -1812- y durante su niñez (alrededor de 57 años -1867- con la instauración del positivismo como una vía accesible al progreso), respecto de la “Madre Patria”, o respecto a cualquiera de las potencias europeas, toma sentido la fusión del complejo de inferioridad, tal cual lo predica Adler, en el espíritu mexicano.
     El hombre, nacido de este espíritu, no puede esperar una mejor situación más que la de repetir el mismo patrón. Y nada más lejano de la realidad, que aparezcan las características descritas encarnadas en el hombre mexicano.
     La mención anterior del positivismo instaurado no ha sido casualidad, se toma en consideración porque se piensa en él como un modelo de estabilización, educación y progreso sociales, o si se quiere, anterior a él, existe la pretendida instauración de un imperio, propuesto por el segmento conservador mexicano que pensaba poner a la cabeza del mismo a Maximiliano de Habsburgo. O, si se quiere después del positivismo, el afrancesamiento del que Porfirio Díaz hacía gala.
     Ramos penetra aún más en las características propias de este complejo, así, él nos dice que entre ellas se cuenta la exaltación sobremanera, la personalidad individual o colectiva y se halaga la vanidad patriótica y se oculta la miseria real[5].
     Contrasta además, la realidad con lo que se pretendía después de la independencia. Por un lado, una raza heterogénea dividida geográficamente por la extensión del territorio, “una masa de población miserable e inculta, pasiva e indiferente como el indio, acostumbrado a la mala vida; una minoría dinámica y educada, pero de un individualismo exagerado por el sentimiento de inferioridad, rebelde a todo orden y disciplina”[6], además de los problemas más urgentes en el ámbito económico y el de la educación.
     Y por otro lado, lo que se pretendía que era “implantar en el país un sistema político con todas las perfecciones modernas”[7], además de la excesiva ambición de las minorías dirigentes.
     Estos años en que aparece el complejo de inferioridad, según lo propone Ramos, es el que consideraremos como el inicio, inacabado aun, de ese fantasma que persigue el espíritu mexicano hasta el día de hoy.

III. El hombre mexicano
     El hombre mexicano, participe del espíritu nacional independiente, es un hombre sincrético por ser resultado de la mezcla de distintas razas, por acuñar costumbres, hábitos, tradiciones que no se conservan del todo originales, pero que tampoco se cambiaron por nuevas.
     Transformación es la palabra adecuada, el hombre mexicano es el resultado de la transformación entre dos culturas diferentes.
     Pero ¿se ha transformado del todo? ¿podemos hablar más de una combinación, o más de una mezcla? No importa que tan lejana y ajena consideremos la cultura pre-hispánica, o que tan indeseable se guarde en nuestra memoria histórica el periodo de colonización española, en la lucha en que se enfrentaron y en la que se mezclaron, no podemos considerar a ninguna ganadora.
     El sincretismo que ostenta como rasgo característico nuestra cultura, es una ambivalencia que a veces se inclina a una, y en otras ocasiones a la otra. Viendo el problema de esta forma, ¿podemos juzgar que el mexicano sufre de un complejo de inferioridad, o que la ambivalencia a la que corresponde nuestra cultura se abre a la posibilidad de subsumir lo que considera mejor de otras culturas distintas?
     Quizá sea necesario dejar a un lado la especulación, y dejar que lo real hable por sí mismo.
     Asunto en boga es el futbol. Dicen que hay tres cosas de las que no se debe discutir si se quiere evitar un desazón: futbol, política y religión.
     Sobre el primero, atendiendo a que en fechas recientes se llevó a cabo el torneo mundial de este deporte, y en el cual participo la Selección Mexicana, tenemos suficiente material para dilucidar un poco nuestro problema.
     La mayor parte de la sociedad está sumergida en la ignorancia de las condiciones reales de su existencia, gracias a la mucha ayuda que presta la programación televisiva, y gracias también a la poca y muchas veces, manipulada información que ofrecen las cadenas televisivas, además de las miserables condiciones económicas que procuran la supervivencia en la mayoría de los casos y una deficiente educación pública, siendo así, a grandes rasgos, cualquier forma de enajenación es bien recibida.
     El futbol como deporte no debería tener ningún significado especial, más allá que cualquier otro, pero la seductora idea de realizar un torneo donde se enfrenten un grupo selecto de países, no puede ser despreciada, mucho menos descartada como entretenimiento de una sociedad como la nuestra, descrita (a grandes rasgos) en el párrafo anterior.
     Había tres posiciones distintas, la primera de ellas, completamente indiferente o critica de la atención excesiva que se le prestaba. La segunda, entusiasmada por la participación de “México”, pero que al mismo tiempo, apostaba por otras naciones como España, Alemania, Brasil y Argentina, pues eran potenciales ganadores del certamen. La tercera, apoyando a cualquier equipo que se enfrentara a la selección, pero con el ánimo encendido por una esperanza lejana del triunfo de la misma.
     ¿Qué es lo que deberíamos ver aquí, ambivalencia como consecuencia del sincretismo, o sentimiento de inferioridad por considerar a los otros equipos superiores?
     Si lo interpretamos de la primera forma, no representa ningún problema el hecho de considerar a los demás contendientes como mejores en el desempeño físico, al contrario, son la aspiración a la que tiende el perfeccionamiento del equipo representante nacional.
     Si lo vemos de la segunda forma, se ve como una empresa enorme el poder enfrentarse a otras naciones, por creerlas mejores en el desempeño y en la mentalidad, y más que un ejemplo que debería seguirse, la aspiración al triunfo solo desataría un júbilo momentáneo sin que se plantee la subsanación de las debilidades grupales.
     En este ejemplo, y no solo en este, descuella por mucho, la prevalencia de la segunda forma, a saber, la del sentimiento de inferioridad. Quizás un ejemplo no sea suficiente, pero es por mucho uno de los que mejor resalta el carácter del hombre mexicano actualmente.

Conclusiones
Llegados a este punto, no tenemos más que rendirnos a la solución de nuestro problema, que el hombre mexicano, en su carácter de colonizado guarda mucho las características del complejo de inferioridad, tal y como lo propone Ramos.
Sin embargo, no se debe descartar la posibilidad de que su padecer, más que esto, sea una aspiración natural que corresponde al estado de sincretismo en que está envuelta la cultura mexicana, la posibilidad de una ambivalencia cultural que tienda a subsumir características superiores de otra cultura, sin que se vea afectada la psique colectiva.
Quizás es como dicen Ramos y Vasconcelos, el primero, que nuestra nación, nuestra historia, están en una etapa juvenil que se deja seducir fácilmente, y el segundo, que la mezcla de las razas muy distintas, como la indígena y la española, tienden en su desarrollo a ir despacio, pero que una vez alcanzado éste, ofrece un gran esplendor.

Bibliografía
o   GALLEGOS ROCAFULL, José M., La filosofía en México en los siglos XVI y XVII, en Estudios de historia de la filosofía en México, México, UNAM, edición 1963, 318 pp.
o   VILLORO, Luis, Las corrientes ideológicas en la época de independencia, en Estudios de historia de la filosofía en México, México, comp. GALLEGOS ROCAFULL, José M. México, UNAM, edición 1963, 318 pp.
o   RAMOS, Samuel, Obras completas I, México, UNAM, 2da edición 1990



[1] No se tome por ingenua nuestra idea, al decir “hombre mexicano” estamos representando a la sociedad misma, no a un hombre omnipresente, omnisciente, omnipotente (tonta la simple idea de pretender que exista) y, de esta forma, excluyendo a los demás. El “hombre mexicano” debe verse como una abstracción.
[2] Cf. GALLEGOS ROCAFULL, José M., La filosofía en México en los siglos XVI y XVII, pp. 117
[3] Vid. RAMOS, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México, pp. 107
[4] Vid. pp. 109
[5] Ibid. pp. 118
[6] Id. pp. 118
[7] Id. pp. 118

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