I
Dice Camus que la existencia comienza a estar minada cuando
pensamos, nuestra consciencia despierta, como si ese despertar encontrara su
otro extremo en lo absurdo, porque una existencia minada no puede concluir en
otra cosa. Comenzar a pensar nos muestra un mundo extraño, un mundo que puede
parecernos tan distante que no encontraremos otra forma de vernos en él más que
como extranjeros.
En ese punto de inflexión, seguramente la pregunta que
surgirá de la forma más natural será aquella que nos interrogue por esta vida,
por el papel que desempeñamos en ella, sobre nuestros sueños e ilusiones y con
más solemnidad, sobre el sentido que encierra para nosotros. Si no encierra
ningún sentido ¿el paso lógico es el suicidio?
Es precisamente ese punto sobre el cual se verterá Camus,
el que, según él, debería ser el problema central de la filosofía: ¿la vida
vale la pena de ser vivida?
II
Que el hombre, cualquier hombre, de pronto sienta
encontrarse en un lugar ajeno aunque por fuerza de la costumbre debería ser lo
contrario, o que sienta un hondo desapego a lo que hasta ahora había sido su
vida, es absurdo. Que en su corazón sienta un vacío sincero, que sienta que esa
cadena de normalidad se ha quebrado es, para Camus, el primer síntoma de lo
absurdo.
El desapego de un hombre respecto de su vida (dicho
desapego debe ser brutal), el darse cuenta que lo total del mundo es espeso,
esa aparente incapacidad de asir las cosas, el malestar continuo ante los
rasgos inhumanos en nosotros y en los otros, esa ansia de saber nunca colmada.
Lo absurdo visto de una y muchas formas. Camus nos advierte que su método es de
análisis, solo desmenuzará lo que de cierta forma todos sentimos alguna vez, no
nos ofrece conocimiento.
Si concedemos que el mundo es raro para nosotros, quizás
podamos entender mejor la contradicción que nos representa, y es que ya lo
decía Aristóteles: todos los hombres desean por naturaleza saber… conocer,
reducir a términos que podamos entender, explicarnos el mundo, lo que hay en
él, explicarnos a nosotros mismos, y sin embargo Camus nos deja ver que no es
posible ver colmadas nuestras aspiraciones: “este mismo corazón que es el mío
me resultara indefinible para siempre… seré, por siempre, extraño para mí
mismo”.
En esa distancia que separa lo que somos de lo que queremos
es el hábitat de lo absurdo, no puede estar sin el mundo, no puede estar sin
nosotros, nosotros no podemos salir del mundo, lo absurdo es contradictorio. Si
bien el sentimiento es esa extrañeza, ese alejamiento del mundo, lo absurdo nace
de la confrontación entre nosotros y aquello. De cierta forma, estamos
encadenados.
III
Sísifo, dice Camus, es el héroe de lo absurdo, su castigo
de rodar cuesta arriba una piedra podría desanimar a cualquiera, después de
todo ¿quién escapa a su destino?
Pero por un breve instante, cuando logra llevar la piedra y
la deja caer, Sísifo es más fuerte que su tormento y se eleva encima de los
dioses. “Hay que imaginarnos un Sísifo feliz”, porque un hombre que se sabe
absurdo sólo puede saberlo en la tentación de descubrir la felicidad.
Ya nos decía Camus que lo absurdo es la pasión más
desgarradora de todas, y puede ocurrir que el sentimiento de lo absurdo nazca
de la felicidad misma. Un hombre absurdo bien puede sentirse representado por
Sísifo, que no apela a ningún dios, a ninguna esperanza de vida ultraterrena,
posterior.
El hombre absurdo se dicta a si mismo su propia moral, sin
negar a dios, sin negar ninguna religión, sin negar el paraíso, pero el que no
lo niegue no quiere decir que lo admita, al contrario, lo rechaza.
Kirilov por ejemplo, que afianza su libertad al decidir
morir, que se declara independiente de todo cuanto pudiera decirle cómo o por
qué vivir, cuando el sentido de la vida viene desde dentro, se constituye en
cada corazón y avanza desde ahí, y cuando el pensamiento se vuelca sobre sí
mismo y se da cuenta que es su propio dios.
El hecho de engendrar desde sí mismo el sentido de su
propia vida, el saberse independiente como se decía antes, el saberse no sólo
divino sino también libre, y poder afirmar su libertad (muy a su pesar)
suicidándose no puede ser más propio que de un hombre absurdo. Pero Camus pide
la restitución de la vida, tema que veremos más adelante.
Pero el hombre absurdo también es aquel que no se separa
del tiempo. El tiempo nos lleva, pero a veces lo llevamos a él, si creemos que
la vida no terrenal se nos presenta como esperanza para acabar con el
sufrimiento de esta vida, lo perdemos… no es la vida más allá la que nos
conducirá más pronto a la muerte, sino ese anhelo de que después las cosas
podrán mejorar, el sacrificio para alcanzar una incertidumbre bien podríamos
verlo como un sinsentido.
Aquí, ahora, nosotros y el mundo, apelando a nosotros
mismos para dirigirnos, a nuestra libertad para sabernos capaces de dirigirnos,
incluso a pesar de nosotros mismos, porque esa libertad terrible de la que
surge un Kirilov rebelde no puede sabernos a miel.
Pero si vamos con el tiempo, no podemos considerar las
cosas demasiado profundas, y es el caso de Don Juan, entregado no tanto a la
lógica del pensamiento, sino más bien a las emociones, la otra cara de la
moneda: un hombre absurdo que quiere vivir, a quien todo dentro de sí le
impulsa a vivir.
Un Don Juan consciente de que la muerte y el castigo
vendrán, no mira más que la saciedad y después, la manera de garantizar que se
perpetúe, no esperanzado a nada más que eso, él tampoco apela a un dios
todopoderoso… de hecho no apela a nada que no sea su propio deseo.
Él, dice Camus, apela a ser nada porque ser como Werther no
se lo plantea siquiera, Don Juan es un hombre absurdo que se agota para
agotarse después, y de esa forma conoce.
IV
No, Camus no apela a que descubrir que la vida no tiene
sentido debe conducirnos al suicidio, pero quizás haya suicidios más peligrosos
que el cortar la vida a falta de razones de peso. Estos suicidios peculiares,
los suicidios filosóficos, van a ser planteados de forma muy extraña porque no
creen que su postura lleve a eso precisamente.
Es decir, cometen suicidio cuando sin querer o con toda
alevosía, apelan a algo más que el mundo y nosotros, cuando apelan a algo
superior, o cuando hacen del absurdo un dios o algo sacro. Dan un salto a un
más allá que quizá no existe.
Chestov, por ejemplo, diviniza lo absurdo, nos muestra en
su descubrimiento a un dios cuya grandeza radica en su inconsecuencia, a lo
absurdo le arranca sus lazos con el mundo, eso que es inhumano… lo absurdo
termina por disiparse.
Kierkegaard permite extraer esperanza de la muerte: “hace
de lo absurdo el criterio del otro mundo cuando es solamente un residuo de la
experiencia de este mundo”.
Condena también a Jaspers que ve en el fracaso la
trascendencia, a la actitud existencial que niega a dios pero aspiran a lo
eterno.
A los fenomenólogos, que si bien en un principio la
preeminencia de lo uno sobre lo otro lo disuelven dando a todo la misma
atención, la postulación de esencias extratemporales y la posición del hombre
al mismo nivel que dios o los ángeles termina por extralimitarse de lo
propiamente absurdo.
El hombre absurdo debe abandonar toda esperanza, el
sentimiento absurdo nos recuerda siempre que no podemos volver, que tampoco
podemos simplemente acercarnos al mundo y aceptarlo y así, se nos presentan
sólo dos opciones: morir o resonar.
V
No podemos aspirar a dar el salto, creer que existe cierto
tipo de esperanza porque, si no podemos comprender el mundo en que vivimos,
algo que esté más allá es carece de significado. Los límites de este problema se
reducen a lo humano, debe expresarse en términos humanos. El hecho de que la
racionalidad y la irracionalidad no puedan reconciliarse, dejan una especie de
hombre huérfano que no puede integrarse totalmente al mundo, sino que abre la
posibilidad de que se engendre lo absurdo.
“¿Y qué es lo que constituye el fondo del conflicto, de la
fractura entre el mundo y mi espíritu, sino la consciencia que tengo de ella?” A
lo largo de toda la disertación Camus da relevancia a esa consciencia
despierta, Sísifo, Don Juan, Kirilov estaban conscientes. Un hombre absurdo es
consciente o si no, no es un hombre absurdo, en la inconsciencia el absurdo no
surge.
La única certeza a la que el hombre puede acceder es que
nada hay cierto. Al principio del texto Camus busca el sentido o sinsentido de
la vida y si eso debe llevar al suicidio, pero después de ver que nada hay
cierto y eso es lo único cierto, sublima esa única certeza y parece que entre
menor sentido tenga puede vivirse mejor.
No se puede negar al hombre ni al mundo, no se puede simplemente
ignorarlo o anular la rebelión consciente, debe enfrentarse el mismo hombre con
su oscuridad, no aspira a vencerla, simplemente se enfrenta, se rebela porque
está seguro de su destino: “lo contrario del suicida es, cabalmente, el
condenado a muerte”.
Debe vivirse a pesar de no poder anular lo absurdo, de
vivir con él, de enfrentarse a la extrañeza del mundo, pero debe vivirse, el
suicidio es la acción sin sentido porque delata que un hombre ha dado el salto
o se ha evadido. El hombre debe asumir su (y a pesar suyo) su terrible
libertad.
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