Todo lo que tenía que decir
resbaló como el rocío hacia tu alma.
Todo se
desliza lentamente, no se detiene… es tan suave que me hechiza y quisiera
perderme, derramarme como río hacia todos lados para vivir en el mar.
Necesito
que me lleve la corriente, el sol roza mi cara en medio de un azul tan
brillante como el oro; el agua, el viento que murmura con el líquido me
embriaga.
Mi corazón
late, siento su palpitar en mi pecho, y siento cada poro de mi cuerpo que se eriza hasta estremecerme.
No sé cuánto
tiempo ha pasado, aquí ha oscurecido y la luna me sonríe.
Ese olor a
espuma nocturna mezclada con vapor, que no existe en otro lugar.
Ese olor
que lo llena todo, porque es vapor que lo penetra todo: mis sueños, mis huesos
y que navega entre mi sangre…
Lo único
que me guía son todas esas estrellas, tan lejanas, tan brillantes, arrastradas
a mis ojos, pero yo solo puedo tocar su reflejo, cuando las atrapo, se me
escapan: el agua se las lleva entre mis dedos, como se ha llevado todo.
Parece que
siempre estuve aquí, en las entrañas este imperturbable gigante, tan profundo
que mi dolor cayó y se perdió en el abismo, no lo encontraré jamás.
No hay nada
más allá de mis ojos, y no hay nada que puedan tocar mis manos.
Mi corazón
está tan lejos de mí, que creo que se formó para la oscuridad.
Sin la noción
del tiempo me he curado del miedo, me he clavado una daga poco a poco, tan
grande y tan filosa que no siento dolor, ni frío, ni soledad, y solo me ha
quedado un molesto vacío y se escaparon mis fuerzas.
A veces
quiero regresar, pero no tengo ningún lugar y ningún nombre.
Entonces
lloro, como nunca había llorado, lloro como una tormenta poderosa que no se rinde:
es demasiado.
Iré a donde
me lleve este mundo, pero intento levantar mis brazos para alcanzar lo que ya
no existe, respiro hondo para aguantar las ganas y sumerjo mi brazo en el agua
para no quemarme.
Hoy no
quiero soñar, ya soy demasiado pobre y mis anhelos no te alcanzan.
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