Hay un
mundo entre los árboles
y los
arbustos,
y entre el
cielo de cristal
que a veces
nos opaca,
se refleja
nuestra alma
y en los
ligeros murmullos
de la
eterna ciudad glacial.
A lo lejos
hay un desliz de la vida:
en los
dedos de un joven y su melodía;
y los
sueños surgen de las cuerdas
excitadas
del piano
que danza
para la noche,
que aún
está dormida.
La tristeza
de mis sueños
reconoce
reinas deprimidas,
durmiendo
en las calles:
entre la
basura…
y reconoce también,
los
demonios que asustan
en las
casas de la gente distinguida.
Esa gente,
ese mundo en que yo no habito…
estoy detrás
de una ventana,
con una legión
de oprimidos.
Camino y
floto,
y nos
alzamos sumisos al vacío,
estremecidos
desde la punta de los dedos,
con un
calorcillo que nos recorre el cuerpo,
y que nos
prende como antorchas
para
humedecer la oscuridad.
Al final tu
corazón jubiloso:
la meta a
la que todos queremos llegar:
a un corazón
lleno de paz y de armonía,
dejándonos ver
siluetas
entorpecidas,
pero brillantes,
llenas del
candor que no tenemos.
Déjame decirte,
querida,
que al
cielo solo llegaremos
colgándonos
de una viga,
suspendidos
del mundo,
entregados
completamente
a lo que
hay arriba,
porque no
es posible volar
si no
tenemos alas,
y esas
nacen
y crecen,
en nuestro ultimo
paso hacia
lo mortal.
¡Oh,
querida mía!
si tú
supieras todo lo que yo no sé,
serias
perfecta como el arrollo de tu infancia,
tan
perfecta como una banquita
mojada en
el parque,
tan
adorable como una fotografía
y divina
como la tienda de los mosaicos
que habita
en la ciudad.
Veamos cómo
el mundo
que existe
entre los árboles
y los
arbustos,
y debajo
del cielo de cristal
nos espera;
escucha
conmigo
la brisa
melodiosa
que toca el
piano sin cesar…
Sálvanos,
tú que
puedes,
o mátanos,
si es que
quieres,
pero este
mundo,
que es mi
mundo,
no lo dejes
igual.
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