lunes, 26 de diciembre de 2011

Querida mía


Hay un mundo entre los árboles
y los arbustos,
y entre el cielo de cristal
que a veces nos opaca,
se refleja nuestra alma
y en los ligeros murmullos
de la eterna ciudad glacial.

A lo lejos hay un desliz de la vida:
en los dedos de un joven y su melodía;
y los sueños surgen de  las cuerdas
excitadas del piano
que danza para la noche,
que aún está dormida.

La tristeza de mis sueños
reconoce reinas deprimidas,
durmiendo en las calles:
entre la basura…
y reconoce también,
los demonios que asustan
en las casas de la gente distinguida.

Esa gente,
ese mundo en que yo no habito…
estoy detrás de una ventana,
con una legión de oprimidos.

Camino y floto,
y nos alzamos sumisos al vacío,
estremecidos desde la punta de los dedos,
con un calorcillo que nos recorre el cuerpo,
y que nos prende como antorchas
para humedecer la oscuridad.

Al final tu corazón jubiloso:
la meta a la que todos queremos llegar:
a un corazón lleno de paz y de armonía,
dejándonos ver siluetas
entorpecidas, pero brillantes,
llenas del candor que no tenemos.

Déjame decirte,
querida,
que al cielo solo llegaremos
colgándonos de una viga,
suspendidos del mundo,
entregados completamente
a lo que hay arriba,
porque no es posible volar
si no tenemos alas,
y esas nacen
y crecen, en nuestro ultimo
paso hacia lo mortal.

¡Oh, querida mía!
si tú supieras todo lo que yo no sé,
serias perfecta como el arrollo de tu infancia,
tan perfecta como una banquita
mojada en el parque,
tan adorable como una fotografía
y divina como la tienda de los mosaicos
que habita en la ciudad.

Veamos cómo el mundo
que existe entre los árboles
y los arbustos,
y debajo del cielo de cristal
nos espera;
escucha conmigo
la brisa melodiosa
que toca el piano sin cesar…

Sálvanos,
tú que puedes,
o mátanos,
si es que quieres,
pero este mundo,
que es mi mundo,
no lo dejes igual.

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